La fe obligada no es ninguna fe verdadera

POR: Leonard Pitts, Hijo

 

En una cárcel en Khartoom, una ciudad polvorienta sobre las playas del río Nilo en la nación africana de Sudán, Meriam Yehya Ibrahim espera, pero no está sola en su celda. Su hija de 20 meses está con ella. Otra hija que nació en la cárcel hace una semana también está allí. Junta con su madre de 27 años, esperan. Esperan su libertad y la madre espera su ejecución por la ahorca. No ofrecen otra alternativa.1

Meriam fue condenada por la apostasía porque renunció al Islam y se hizo cristiana. Según ella, fue criada como cristiana después que su padre, un musulmán, abandonó a la familia cuando tenía  6 años, pero lo disputó el portavoz del Parlamento sudanés. Bajo la ley sudanesa, cualquiera persona cuyo padre era musulmán es automáticamente considerada una musulmana. Convertirse del Islam está en contra de la ley, y a las mujeres musulmanas les está prohibido casarse fuera de su fe.

Aparentemente "los crímenes" contra ese código fueron reportados por su propio hermano. Meriam fue juzgada y se le ordenó renunciar a esa fe para el 15 de mayo del año en curso. No obstante, ella rehusó negar su fe y, por eso, la sentenciaron a la pena capital. Antes de su ejecución a murete, tiene que ser azotada 100 veces, porque el tribunal también la encontró culpable del adulterio por haber tenido relaciones sexuales con su esposo, Daniel Waní, un ciudadano sudanés quien también es ciudadano americano.

Gracias a Dios su ejecución no es inminente. El abogado de Meriam está apelando su sentencia. El tribunal le dio dos años para amamantar a su hija antes de su muerte. Así que la madre espera. Los gobiernos enfadados en lugares más civilizados, incluso E.E.U.U.,  han pedido a Sudán a no llevar a cabo una sentencia tan vil.  De las campañas de peticiones han recabado 650,000 firmas para esta causa justa. De manera que, igual que Meriam, el mundo espera. Y observa. Y se pregunta:"¿No hay límite del barbarismo que los hombres cometerán bajo el rótulo de fe?" Y por lo regular, son los varones musulmanes quienes hacen estas barbaridades.

La Biblia define la fe como "la constancia de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven" (Hebreos 13:1 RVA). Martin Luther King, Hijo, la definió como "la toma de los primeros pasos, aun cuando no ves toda la escalera." Pero en términos prácticos, en muchos casos, la fe no tiene que ver con la esperanza, la comprobación y el valor de tomar el paso en la oscuridad, pero sí con justificar a este tipo de amenaza teológica.

¿Como es posible que Sudán—o cualquier otra nación o grupo--crea que pueda requerir la fa?  ¿Puede la Fe ser realmente fe si está impuesta por la fuerza de la ley o por la amenaza de la violencia? ¿Es una fe verdaderamente si no se escoja libremente? Si alguien jurara a punta de pistola que te ama, ¿podrías creerlo? ¡Seríamos tontos al creerlo!

Desafortunadamente, muchos que reclaman ser los defensores más celosos no confían en lo que profesan creer. No tienen la confianza que su religión es suficientemente atractiva y fuerte para convencer a las gentes a responder y comprometerse mediante su libre albedrío. Insultan a sus propias religiones cuando sugieren que la gente tiene que ser obligadas por ellas y sin ningún contacto con las otras creencias.  Exigen obligarlos bajo el control gubernamental o por los medios violentos. Lo hemos visto en Nigeria, Afganistán, Pakistán y América. Ellos no son modelas de fe, sino del temor.  No de la voz que susurra tranquilamente.  No de la voz que da pasos por una escalera invisible, sino por el fuerte grito de cobardes cuya creencia es tan frágil que se cae en el primer soplo contradictorio; tan frágil que requiere la obligación por las leyes y la coacción.

Meriam Ibrahim pudo haber sido liberada—tal vez todavía puede ser liberada -con unas cuantas palabras simples como "Jesús no es el Señor." Aun ella no tendría que creerlas; con sólo decir las palabras, bastaría para ser liberada. Seguramente, algunos piensan que Jesús mismo comprendería si las dijera. No obstante, ella no está dispuesta a decir esas palabras. En vez de pronunciarlas se queda esperando, dispuesta a sufrir cualesquiera que sean las consecuencias. ¡Qué sus carceleros tomen nota de la valentía de esa mujer cristiana!  Tal vez al fin entenderán la trágica futilidad de lo que están hacienda.

Las leyes no dan fe. Y tampoco las leyes pueden quitar la fe.
(Este artículo salió antes de que tal señora saliera de la cárcel el lunes 23 de junio de 2014. No obstante, el mensaje principal signe vigente hoy. Ver www.christianitytoday.com/edstetzer)